
El motor del orden frente al fantasma de la máquina.
Cualquier
asunto que abordemos convendría observarlo en sus facetas y
momentos, como la cuerda que vemos formando un nudo a base de giros
sobre el hilo que transmite la fuerza. Todo tiene fondo y forma. Así
pues, busquemos el orden, su razón de ser, que se oculta en las cosas y
que, de resultas, es el meollo de la cuestión. ¿Cuál es ese orden? ¿Qué
orden yace en lo inerte?, que se preguntaba Heráclito, para quien el
ser se escondía en los escondrijos de los seres.
Los
elementos de la materia inerte no se combinan entre sí sin ton ni
son; cada átomo sabe muy bien, por diseño, el cómo, el cuando, con
cuál y mejor. Y siempre en una proporción, en una cantidad, un
bello número, cual modelo de armonía, que, por cierto, convertida
en cifras nos brinda la ciencia. Otro
orden en paralelo y semejanza, el de los seres vivos; no bajo el
orden pitagórico del número, el inmóvil fantasma de la lógica,
sino el del amor, sinónimo de unidad y movimiento.
¡Qué
premonición la del griego Empédocles! El conjuntar lo inerte, en
apariencia, con los sentimientos y valores alrededor del Amor. Y,
además, contraponerlo a la Discordia. Dos fuerzas conjuradas en unir
y separar los elementos, dar sentido a los seres y explicar así, la
diversidad de individuos y especies. Y
sin embargo, desveló Empédocles, sin proponérselo, las raíces del
amor entre estas dos fuerzas del cosmos. Pues
los buenos sentimientos siempre nos unen a los demás; la discordia,
en cambio, como el desamor, el rechazo y el negar, acaban en
violencia y en dolor. La
conclusión es que la ética ha de fundamentarse en la natura. De
otro modo, el sentir de la mayoría podría volverse en incómoda
verdad al servicio de unos y en contra de unos pocos; desamor al fin
y al cabo, y antinatural.
Tanto
el orden numérico, como el ordo amoris, nos hablan de la naturaleza
de su Autor: su eterno devenir, la creación continua. En uno, nos
sobrecoge su inteligencia por la complejísima simplicidad de la
naturaleza. El del amor, por aspirar a lo mejor en lo posible, a
buscar lo superior en todo.
¿Cómo
podemos pasar del orden del amor al amor en orden, de la teoría a la
realidad existencial? Siempre
se ha dicho que del dicho al hecho hay un trecho. La fisura de
Schelling nos mueve a demostrar el movimiento andando. Y el cambio se muestra al empezar. Por ende, en rastreadores nos ha convertido esa
búsqueda, tras la pista del Autor; con la mirada hacia el misterio,
hacia lo que permanece. Y por nuestra parte, un monólogo de ruegos
en silencio, y hechos generosos en respuesta. Todo, por causa del
“ordo amoris”: engendrados por amor, motivados por el impulso de
amar y atraídos a la muerte por el Amor.
Ahora
y siempre, como en un principio y un final, el orden del Amor impone
a nuestra forma de amar un orden.
Y
en la búsqueda de ese orden reside nuestra elección de elegir, la
libertad al fin y al cabo; así como nuestra voluntad de querer
nuestro bien si acertamos, y nuestro mal al equivocarnos. ¿Pero
dónde habita ese ser? Al ser lo podemos sentir en lo que permanece,
mejor que en lo que cambia, en el orden bajo el desorden. Por tanto,
a los buscadores de pistas, a los seguidores de huellas, ¡es posible
encontrar al ser! Bien decía Leibniz que, “todo lo que no es
contradictorio es posible”.
Dedicado
a los asistentes al taller de “Filosofía para entender la vida”
que se imparte en Benalmádena.