2. Heidegger. El Cuidado.

30.01.2023

A modo de resumen: Heidegger analiza las relaciones de la conciencia con la percepción del mundo externo. Esta interiorización del mundo físico lo llama: "Estar-en-el-mundo" y lo sitúa en un lugar virtual o metafísico, el "Ahí". Pero no se trata del mundo objetivo sometido al tiempo, sino de nuestra percepción de esa realidad exterior. Las estructuras o relaciones que entablamos con estas impresiones lo llama: "Estructuras existenciales", las que se dan en nuestra conciencia dentro de su percepción temporal, como son la condición respectiva y la disposición afectiva.

A su vez, el ser que hay en nosotros ejerce su poder a través de estructuras propias del ser. Estos elementos que constituyen la huella del ser en el hombre no se adquieren por los sentidos ni se aprenden por la cultura o la educación.   

Entre los constitutivos esenciales del ser figura el Cuidado. Cuidado significa anticiparse a algo que está por venir. Cuando nos ocupamos en los preparativos para un largo viaje o dificultoso, nos movemos en el campo del Ahí, en la representación mental del mundo o del estar-en-el-mundo. Según vemos, este "Cuidado" pertenece a nuestra percepción del mundo. Pero al ocuparnos de nuestra relación con el ser, lo incluimos también en el grupo de estructuras esenciales del ser, que mora en el lugar metafísico del "Aquí".  Por ello, el Cuidado es una huella del ser en el Dasein o ente humano. Procede del ser no de nuestra concepción del mundo externo. 

Lo mismo sucede con la finalidad, el "para-qué". Que puede aplicarse a las cosas del mundo o a las estructuras del ser. Es la utilidad de miras con la que hacemos las cosas en-el-mundo y también la finalidad del ser en su desarrollo temporal del devenir. Valoramos las cosas mundanas por su utilidad, la capacidad funcional que llevan incorporadas. Es decir, un cuchillo está diseñado puede cortar, un pájaro para volar ¿y tratándose del ser humano? ¿Cuál es nuestra finalidad? ¿De qué manera somos útiles al ser y a los otros seres? Y otro tanto sucede con el Bien. Hacemos el bien en nuestras relaciones con los demás por convención ética y, a la vez, estamos hechos para buscar el sumo bien. 

Son los sujetos de ambas manifestaciones del cuidado, el yo (ego) que se mueve en la mente o mundo, y el en-sí que mora en el Aquí del ser. Estos dos sujetos generan sus respectivas llamadas. Uno a cuidar de las cosas del mundo, y el otro que llama a la conciencia a volverse hacia el sí-mismo o el ser. 

¿Cómo representamos nuestra relación con el ser?

Para percibir esta llamada del ser en nosotros, debería entrar en acción la conciencia o el interés, es decir, la atención. La conciencia, como reflejo de sí-mismo en un espejo, percibe la finitud, lo insatisfactorio de estar-en-el-mundo, la angustia en la vorágine del cambio incesante y el sentirse arrojado del ser original, caído en el mundo. Entonces, responde a la llamada debilitando su atención hacia las cosas del mundo. Así comienza a volver su interés hacia el ser. Y lo ha hecho tradicionalmente desde la época griega mediante el sueño, el ensueño, la inmovilidad, la poesía y el arte, la incubación y los ritmos naturales como la música, la danza y la respiración. Todos estos recursos crean un nuevo escenario cuya puerta da al vacío interior o ausencia del estar-en-el-mundo. Y así tomamos el primer peldaño de la "subida" hacia lo divino, según Plotino, el filósofo sublime. Algo que vislumbra Heidegger en Ser y tiempo (pág. 269): 

"Este análisis metafísico (ontológico) de la conciencia... está cercano a una interpretación teológica para la demostración de la existencia de Dios (en la teología cristiana) o como una inmediata conciencia de Dios" (en referencia al mundo griego).

Reflexión. ¿Cómo podemos cuidar nuestra relación con el ser?

¿Qué hay en el ser humano que pertenece al campo del ser y qué es propio de nuestra forma cultural de estar en el mundo?  El sentido de la vida, por ejemplo, no puede entenderse por el hecho de existir. Ha de buscarse un enlace, una relación entre lo que percibimos como temporal y cultural con lo que intuimos que es natural e intemporal. Esto implica el esfuerzo por ver lo invisible en lo visible, por buscar el orden en el desorden o la norma en lo circunstancial y sentir el ser en el no-ser.

Buscar la felicidad parece un asunto mundano. Cuesta percibir que estamos diseñados para encontrarla, no solo para buscarla. No tendría sentido que se hubiera implantado una tendencia en una especie y que no se le dieran los medios para llevarla a cabo. Sería como tener alas y fobia a volar al mismo tiempo. No se da el órgano sin su función. Así pues, estamos diseñados para buscar la felicidad y el bien, y se nos ha dado los medios para lograr tanto uno como otro. ¿Y qué nos impide lograrlo?

Por ello, cuidar al ser habría de entenderse como eliminar los obstáculos que nos condiciona el estar-en-el-mundo. Heidegger llama a estos apegos: "La condición respectiva". A partir de generar ese vacío de lo mundano, entraría en función la voluntad, entendida como atención, interés y necesidad.  No curiosidad ni habladuría ni la ambigüedad (pág. 168-173) que nacen y mueren en-el-mundo.  

¿Cómo alcanzar una "inmediata conciencia de Dios"?

Lejos del mundo griego, ajenos al hondo calado de sus santuarios y carentes de sabias sibilas como Temistoclea o Diotima*, ¿cómo vamos a alcanzar los atisbos de lo divino? Las miradas están puestas, hoy en día, en oriente, como los griegos fueron a Egipto o los anacoretas a Luxor. ¿Podremos salir airosos del Salto de LéucadeDesde este acantilado se precipitaban al mar los jóvenes buscando alivio al desamor. Porque, desilusionados estamos de las realidades del pensamiento, de la falsa e insufrible imagen de la verdad de los sentidos (Peter Kingsley: Realidad)

* Las sibilas Temistoclea y Diotima iniciaron respectivamente a Pitágoras y a Sócrates en el camino del mundo interior, el de la música y el Amor.                                                                                 pág. siguiente